Puro teatro

Acrílico sobre papel, 95x65 cm, 2019

Una vieja canción ya nos lo sugería entre las idas y venidas de sus estrofas. La vida a menudo se convierte en un puro teatro, en un sutil juego de apariencias y engaños.

 

El teatro es el templo de la ficción por antonomasia, allí donde, al levantarse el telón, cada noche actores y actrices insuflan aliento a sus personajes. Y, sin embargo, apagados los focos, lejos de los bastidores, en cierta manera todos interpretamos también algún papel. Actuamos cada vez que nos vestimos con un disfraz, cuando nos comportamos al dictado de lo convenido, en contra aquello que deseamos o sentimos. Actuamos también cuando elevamos una barrera entre lo que somos y lo que pretendemos ser.  

 

En la lámina, cada uno de los actores simboliza un aspecto del lenguaje teatral. A la izquierda, hallamos la voz y la palabra, como el vehículo por el que el intérprete se proyecta hacia la platea. La lira y el candil son sendas alegorías de la música y la iluminación, instrumentos de la escenografía para dar forma al ambiente, el espíritu de cada función. A su lado, dos muchachos llevan las máscaras griegas para la tragedia y la comedia, en alusión al nacimiento de este arte en la forma que lo conocemos hoy en día. Finalmente, el juego de biombos que separa a las figuras del resto del escenario representa los dos planos donde cohabita el ser humano: nuestro yo interior en contraposición a quien enseñamos de puertas afuera.

 

Entre todos ellos, el muchacho vestido de bufón deja caer los papeles de su guion, aquello que le dictan que debe hacer, en un acto de rebeldía o de afirmación. En la corte, el bufón era el encargado de rimas, sátiras y acrobacias. Podía ser un personaje grotesco, diana de burlas crueles, pero a la vez disfrutaba de un extraño y único privilegio: el poder de decir las verdades y reírse de todo y de todos, sin temor a las represalias. Al interpelarnos con la mirada, el muchacho rompe la “cuarta pared” del escenario, quizás preguntándose cuánto hay de él en cada uno de nosotros, en qué medida somos libres y escribimos nuestro propio argumento.

 

Y, a sus pies, sobre las tablas, las flores tendidas son una alegoría del aplauso, de la necesidad de aprobación que en tantos momentos sentimos, bien por vanidad, bien por inseguridad hacia nosotros mismos.

 

Si la vida es en verdad un teatro, disfrutemos de la obra antes de que baje el telón final. ¡Aquí y ahora, el espectáculo siempre debe continuar!

 

 

Enlace en alta resolución: www.flickr.com/photos/santasusagna/48454707836

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