Las lecciones de Atticus Finch

Técnica mixta sobre lienzo, 100x81 cm, 2023

“Los ruiseñores no hacen otra cosa que crear música para alegrarnos. No estropean los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar su corazón, cantando para nuestro deleite. Es por eso que es pecado matar un ruiseñor.”

 

Aunque su empuje aparente ser frágil y leve, en ocasiones el trabajo de un artista logra dejar huella en el mundo en el que vivimos. Quizás se antoje un reto demasiado grande, una tarea que nadie en sus cabales puede arrogarse, pero también es cierto que está en la naturaleza de aquellas obras únicas trocarnos en personas diferentes.

 

Y de esta manera, si buscamos con paciencia, todos encontraremos algún libro que se convierte en un segundo hogar, a cuyas páginas no tememos volver porque, aunque la historia nos resulte ya familiar, continuas maravillándote por la belleza de su lenguaje y, acompañando a sus personajes, aún descubres lecciones que aprender.

 

Harper Lee (1926-2016) era una escritora novel cuando decidió abandonar un trabajo anodino en una compañía aérea para abrirse hueco en el panorama literario. La situación no sería fácil para ella, incluso solicitando préstamos a otros amigos literatos para subsistir, hasta que dos años después, fruto de ese empeño vería la luz “Matar a un ruiseñor”.

 

La obra, vagamente inspirada en la infancia de la propia autora, no fue un éxito inmediato, algo que ya le advirtieron a Lee sus agentes editoriales y que ella misma ni siquiera buscaba. Sin embargo, a partir de una segunda impresión la popularidad del relato no haría más que crecer, convirtiéndose en un fenómeno, con toda probabilidad una de las novelas más relevantes de la literatura americana, merecedora del premio Pulitzer al año siguiente de su publicación y siendo sujeto de una hermosísima y premiada adaptación cinematográfica a cargo de Robert Mulligan poco después.

 

La trascendencia de la novela no se puede separar del momento en el que fue concebida. A mediados del siglo pasado, la herida racial y las diferencias de clase seguían dolorosamente presentes en la vida de los estadounidenses y Lee, que había nacido en Alabama, conocía de primera mano el pálpito del odio, el prejuicio y la injusticia labradas  en pequeñas ciudades como la Maycomb del texto. Sin embargo, la intuición de Lee como escritora acertaría al situar a la joven Scout como narradora, combinando con sabiduría la mirada de la niña que fue, con la mujer adulta que recuerda más tarde la misma historia.

 

A través de la muchacha conoceremos al resto de personajes, como su hermano Jem o la criada Calpurnia, y los escenarios que pueblan su infancia, como la escuela o la decrépita casa en la que se oculta Boo Radley. Sin embargo, si Scout es la voz que conduce la trama, la brújula moral del relato es su padre, Atticus Finch, para quien la conciencia propia frente la discriminación o el abuso es lo único que no se rige por la regla de la mayoría, aunque esa coherencia se pague con el ostracismo.

 

Por que, tal y como asume el propio Atticus, antes de poder vivir con otras personas, tenemos que vivir con nosotros mismos.
 

Enlace en alta resolución: 

www.flickr.com/photos/santasusagna/53480533374

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