Cuando somos pequeños, todo el mundo que nos rodea y esos misteriosos asuntos que preocupan a los adultos nos parecen tan grandes como irresolubles. Y, cuando creces y comienzas a representar su mismo papel en la vida, aquella realidad que antes creíamos tan lejana cobra una nueva perspectiva.
Crecer no es fácil. Significa cambiar y dejar de ser quienes éramos. Implica entregarse a emociones poderosas y aventurarse por sendas que desconocemos, como peaje para desarrollarnos de pleno como personas. Implica un esfuerzo notable y, sin duda, también el riesgo de equivocarnos.
También crecemos como individuos a través de los retos que nos proponemos. Cualquier meta que merezca la pena, cualquier buen proyecto siempre nace frágil y lleno de interrogantes. Sin embargo, el mayor de ellos es que nunca sabremos lo lejos a donde nos podría llevar, si no apostamos de verdad por él.
Cuando presenciamos a un estudiante defendiendo su tesis o un actor brillando sobre las tablas, cuando disfrutamos de los grandes campeones del deporte compitiendo en su disciplina, quizás olvidamos que su carrera también ha empezado desde abajo, con vacilaciones y tropiezos. Sin embargo, todos ellos tenían algo en común: la suficiente ilusión y paciencia para esperar el fruto de ese esfuerzo.
Dejemos que la semilla eche raíces y crezca. Hay un comienzo para cada historia y sólo depende de nosotros dar el primer paso.
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