El mejor amigo del hombre

Acrílico sobre papel, 44x44 cm, 2017

Durante unos años tuve la suerte de reírme jugando, batallar por una butaca o salir de aventura con una amiga muy especial que caminaba a cuatro patas. Recuerdo como ella siempre esperaba detrás de la puerta del dormitorio a que me levantara, como si atendiera que me encontrara bien y, recibida su ración de caricias de buenos días, marchaba agitando la cola a la habitación de mi hermana a vigilar su sueño.

Quien ha vivido con una mascota sabe que la frontera que nos separa de ellos no es tan marcada como antes creíamos. Quizás el hombre sea el ser más capaz, más dotado, en un determinado tipo de inteligencia, elaborando conceptos abstractos o un lenguaje que nos permita comunicar nuestros sentimientos pero de ninguna manera el amor, la alegría, el miedo o la culpa son emociones en exclusiva nuestras. A veces creemos un error “humanizar” el comportamiento de un perro o un gato. Sin embargo, quizás la equivocación sea pensar que somos distintos de ellos. Las emociones de las que tanto nos enorgullecemos no son diferentes en su raíz de las que también sienten otros seres vivos. 

De un tiempo para aquí, poco a poco, la legislación de los países ha ido recogiendo los derechos de los animales domésticos como sujetos para defenderlos de los abusos, de la crueldad de algunas tradiciones o de las prácticas científicas ejercidas sin un protocolo ético. Todos esos pasos sin duda se dan en un buen camino. Y de la misma manera deberían hacerse extensivo al conjunto de animales salvajes, como elemento necesario para mantener la biodiversidad de tierras y mares.

Pienso que, si es cierto que el ser humano es capaz de gobernar el mundo a su interés, también cae sobre nuestros hombros una enorme responsabilidad: respetar el hogar que compartimos con el resto de especies y que dejaremos de legado a quienes nos sucedan. El siglo XXI será ecológico o no será. Resulta demasiado dolorosa la miopía del falso progreso en el que vivimos.


Sobre la obra:

Hace unas semanas una amiga me propuso una obra sobre Mozart, un galgo rescatado que encaraba un futuro muy incierto, y de la gran odisea que supuso para ella y su pareja, Anand, ofrecerle un nuevo hogar. Sin embargo, cuidar de un ser que sólo nos puede pagar con afecto devuelve una mayor recompensa. A través del sacrificio terminamos creciendo como personas. Es gracias a la empatía que logramos avanzar en la hermosa tarea de convertirnos en seres humanos plenos.

 

 

Enlace en alta resolución: www.flickr.com/photos/santasusagna/39347053561

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