El laberinto del alma

Acrílico sobre papel, 42x42 cm, 2016

Durante un tiempo sufrí episodios de ansiedad y, en alguna medida, todavía hoy tengo cierta tendencia a las noches en blanco, a preocuparme en exceso por aquellos aspectos de la vida que en realidad apenas puedo controlar. Sin embargo, un día sacas fuerzas de la flaqueza, aprendes a girar página, a sabiendas que nunca dejas por completo atrás quien fuiste. Te conformas con firmar una frágil tregua, un pacto con tu pasado.

 

Conozco también gente en mi entorno que ha sufrido los demonios de la depresión o el veneno de las adicciones. Es doloroso ver a personas queridas doblegadas por el peso de esa carga, a merced de tormentas que sólo arrecian en su interior. En ocasiones, incluso acaban convertidas en dobles víctimas. A la propia enfermedad, se les suma el lastre del estigma con el que la sociedad señala estos males.

 

La mente es un instrumento muy poderoso. En verdad, somos capaces de cultivar el arte o desarrollar la ciencia gracias al arma de la inteligencia. Sin embargo, a la vez, nuestros pensamientos, nuestras emociones se pierden a menudo en un laberinto del que no pueden escapar. Allí nos acechan los miedos más irracionales, las tristezas más inconsolables, las percepciones más extraviadas.

 

Nunca fuimos dioses ni gigantes. Un día se nos revela la verdad de nuestros propios límites. Ni toda la fuerza de nuestra voluntad ni el amor de quienes nos acompañan son siempre capaces de ganar aquellos pulsos con los que la vida nos reta.

 

 

Enlace en alta resolución: www.flickr.com/photos/santasusagna/27809384365

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